jueves, 27 de octubre de 2011

Crónicas chilangas 4 / En el taxi

- Aquí todo derecho, por Eje Central, por favor.
- Sí. Por todo el eje ¿verdad? ¿Hasta dónde?
- Pasando Izazaga.
- Ah, en Izazaga ¿para dónde, oiga?
- No, no exactamente en Izazaga. Unas cuadras más adelante.
- Ah, más adelante ¿verdad?
- Sí.
- Pero ¿a la derecha o a la izquierda?
- A la izquierda.
- Ah, a la izquierda ¿verdad?
-Sí
...
- Pero es que creo que en Izazaga no hay vuelta a la izquierda ¿no?
- La verdad, no lo sé, señor.
- Sí. Es que creo que no hay vuelta ¿verdad?
- Pero no se preocupe, yo no voy a Izazaga, sino unas cuadras después.
- Ah ¿no va a Izazaga? Vamos a dar vuelta a la izquierda ¿verdad?
- Sí.
...
- Nomás que le digo que creo que en Izazaga no hay vuelta a la izquierda.
- Pero yo no voy a Izazaga , señor.
- Ah, no va. Porque es que ahí, me estoy acordando, no hay vuelta.
- No importa si no hay vuelta, señor. Yo voy unas cuadras después.
- Ah. No va a Izazaga ¿verdad? Y ¿entonces dónde damos vuelta?
- No me acuerdo el nombre exacto de la calle, pero es dos otres cuadras pasando Izazaga.
- Ah, sí. Pasando, entonces. Vamos a dar vuelta a la izquierda ¿verdad?
- Sí.
...
- ¿Y a dónde es que va, oiga?
- Al mercado de San Juan.
- Ah, va al mercado.
- Sí.
...
- Ahora que me estoy acordando, creo que no hay vuelta a la izquierda para ese mercado ¿verdad?
- Para el de comidas supongo que no, porque está en Izazaga y ahí no se puede dar vuelta, dice usted.
- Sí, es que le digo que me acuerdo que no hay vuelta.
- Pero yo no voy al de comida, señor. Voy al mercado de artesanías.
- Ah, al de artesanías va, no al de comida ¿verdad?
- Sí.
- Y ¿ese dónde queda, oiga?
- No me acuerdo el nombre de la calle, señor. Pero ahorita que lleguemos me fijo y se lo digo.
- Ah, no sabe qué calle ¿verdad?
- Sé dónde dar vuelta, pero no me acuerdo el nombre exacto.
- Ah, no se acuerda.
- No.
- Orita que lleguemos, vemos ¿verdad?
- Sí.
...
- ¿No es el que está en el parque, el mercado que dice?
- No, el del parque es el de la ciudadela.
- Ah, es el de la ciudadela ¿verdad? Este es otro.
- Sí.
- Es otro mercado de San Juan.
- Sí.
- Que no es el de las comidas.
- No.
- Pero sí venden artesanías ¿verdad?
- Sí.
...
- Pero no es el mercado ese que está en Izazaga ¿no? Porque le digo que creo que no se puede dar vuelta a la izquierda ahí.
- No, es pasando Izazaga.
- Ah, más adelantito ¿verdad?
- Sí.
...
- Mire lo que le digo, que me acordaba que no hay vuelta a la izquierda aquí.
- No, señor, que ya le dije que yo... ¿Sabe qué? Me bajo en la esquina.
- ¿Aquí? Pero esta es Izazaga. ¿No dijo que iba más adelante? ¿O a Izazaga iba? Porque aquí le digo que no hay vuelta a la izquierda.

domingo, 23 de octubre de 2011

Crónicas chilangas 3 / En la tienda

- ¿Cuánto cuesta este, señora?
- En treinta pesos, le sale.
- ¿Treinta? Pero si hace dos días pasé y me dijeron veinticinco.
- Mmmm. Ha de ver sido mi hija o mi marido. Así les gusta, andar regalando las cosas. Por eso él tronó con su negocio. ¡De verdad! Se lo digo porque es así. Mire, ahí está todo el piso con sus garrafones vacíos de que tronó. Por eso no pudo seguir con el negocio. No crea que se lo digo nada más porque sí. No. Se lo digo porque es la verdad, ¿eh?

martes, 18 de octubre de 2011

Crónicas chilangas 2 / En el taxi

- Disculpe ¿podría ir un poco más tranquilo, por favor?
- Sí, cómo no, pero pos ¡dígame! Si no me dice nada ¿cómo voy a saber? Si me dice primero, pos ya yo me voy más tranquilo. Si no habla, pos… Es que la gente dice siempre, no, que me vine en taxi para llegar más rápido, es lo que dice la gente. Pero si usted no quiere ir rápido y me dice, váyase por favor más des… o ni por favor, nomás me dice ¿sí se puede ir más despacio? Y yo me voy, sin ningún problema. Es que a la gente no se le entiende, es lo que le digo, si no habla, no se le entiende. Por eso le digo, dígame y ya yo me voy más tranquilo. Si no me dice y se espera a que yo vaya ruuuum paaam y ya entonces me dice, pos cómo voy a saber ¿no? Si me dice primero, pues ya sé. Por eso le digo ¡dígame!

jueves, 6 de octubre de 2011

Crónicas chilangas 1 / En el baño

Una tarde cualquiera, mientras usted se lava las manos, detrás de la ventana del baño podría escuchar una singular plática de la que apenas alcanza a recoger un par de frases que van más o menos así:
- Orita vengo
- ¿Vas a tu cantón?
- Simón.
- ¿A comer?
- No,voy a orinar.
Eso, por supuesto, en el caso de que usted viva lejos muy lejos, que esté de visita en la ciudad de México, que sea de esos que le ponen particular atención a las conversaciones ajenas; y que su madre se haya mudado a una casa que comparta uno de sus muros con un círculo poético.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Crónica de un vía crucis aéreo III

El cacharrito alado aterrizó en Barajas pasadas las diez de la mañana. El día anterior me habían dado un vuelo con Aeroméxico que partía a las tres y cuarto, así que tenía tiempo para reclamar lo que venía rumiando.

Busqué el mostrador de Iberia. Apenas dije a lo que iba, la señorita del uniforme me dejó claro que ahí no se entendían de reembolsos ni de indemnizaciones. Que para la indemnización debía rellenar un formulario en iberia punto com; y para el reembolso, ir a buscar la oficina de venta de billetes que quedaba bajando un piso, saliendo, tomando un ascensor y subiendo dos pisos.

Luego de preguntar tres veces por la mentada oficina, me formé en la correspondiente fila. El tipo que me atendió no fue nada simpático al inicio, como la mayoría en aquel aeropuerto. Cuando le conté lo mío, cambió de tono pero dijo que desgraciadamente no podía ayudarme. Ni siquiera con lo del taxi, porque ellos sólo pueden reembolsar inmediatamente los gastos por transportes que partan del aeropuerto de Madrid. Que lo que puede hacer señora, es rellenar un formulario y dejármelo aquí, que yo se lo haré llegar a los competentes. Que en un par de semanas, con toda seguridad, se comunicarían conmigo para hacerme saber si mi caso era considerado o no.

Nada. No había espacio para hablar con nadie. O Internet o papelito. Lo han planeado muy bien. Cada vez menos caras humanas que asuman responsabilidades. Convertir toda empresa en un Fuenteovejuna donde todos y nadie. ¿Qué se puede hacer frente a algo así? Pues rellenar el jodido papelito. Reclamando el reembolso del taxi y el monto de la indemnización por cancelación estipulado por el reglamento del parlamento europeo, porque ya que estaba ahí podía incluir los dos, claro, me dijo el tipo que ahora muy amablemente me ofrecía sacar las fotocopias de mi recibo y mi hoja de cancelación mientras yo garabateaba en las líneas azules.

Con la frustración a cuestas, me alejé con la copia de mi reclamo, dispuesta a encontrar el mostrador de Aeroméxico, asegurarme que tenía una plaza reservada, hacer el trámite de aduana, beber una botella de agua y esperar un par de horas de lectura a que abrieran la puerta de embarque para el vuelo que me llevaría a la patria.

Pero no. No podía ser tan sencillo.

Sencillo fue el trayecto de la terminal 4 a la terminal 1, que parece el Benito Juárez hace dos décadas. Sencillo unirse a una fila que se replegaba seis veces frente al mostrador. Y hasta soportar el cacareo de dos compatriotas de esas que se contaban esas cosas que les parecen tan interesantes, y que avanzaban en la fila pisándome los talones y encajándome en la espalda los bordes de sus maletones. Por cierto que fue por ellas que me enteré.
- ¿Qué número de vuelo es el nuestro?
- El 002.
- Pues entonces está retrasado, sale hasta las siete y cuarto.
- ¿Cómo crees?
- Sí, ahí dice, mira.
En efecto. Ahí estaba, en las pantallitas de los mostradores. Y se acabó lo sencillo porque sí, porque había que permanecer en lo complicado.

Cuando llegué al mostrador, la rubia que atendía me confirmó lo de las cuatro horas de retraso. Luego me dio un pase de abordar, un papelito para cambiarlo por una comida y me dijo que para hacer las dos llamadas a las que tenía derecho debido al retraso, debía ir al mostrador de venta de billetes y ahí me darían una tarjeta telefónica.

Obviamente, en la venta de billetes había una fila. Que creció en desmedida cuando le tocó el turno a un argentino con un perro xoloitzcuintle vestido con una brillante capa rosa purpúrea, que debido al retraso había perdido su vuelo de conexión a Buenos Aires. Al final el del mostrador le solucionó el problema. O alguno de los dos se cansó de discutir. La cosa es que cuando tocó mi turno, pedí con una sonrisa y toda la gentileza posible, la mentada tarjetita. Y me acerqué a un teléfono público para avisar de aquel imprevisto a Italia y sobre todo a México. Pero una grabación del otro lado del aparato me decía que mi crédito era insuficiente, así que volví al mostrador y me salté la cola. Le dije al tipo que aquella cosa no funcionaba y él dijo que entonces lo lamentaba, pero no podía hacer nada por mí. Un señor anciano a mi lado dijo que él también quería hacer las llamadas, que era nuestro derecho porque lo decía el reglamento de derechos del pasajero que sostenía en las manos. El del mostrador se puso tan histérico, que el anciano le dijo que tenía un problema de actitud. Yo ya me estaba cansando de aquella manga de profesionales de la indiferencia y la grosería. Sólo quería llamar a M y avisarle del retraso y luego sentarme y no tener que mostrar ningún papelito, ni pedir ni reclamarle nada a nadie, ni hablar con ningún uniformado.

Eventualmente lo logré. Hice el trámite de aduana en un abrir y cerrar de ojos y eran ya las dos de la tarde cuando me senté a comer en el restaurante indicado. Unas verduras en un caldo gris insípido, una milanesa de cerdo que sabía a aceite rancio y una naranja que se veía como una naranja regular, pero sabía a podrido. ¿Por qué está permitido cometer este tipo de atentados contra la salud del prójimo? ¿Por qué está permitido incluso cobrar por ello?

A las tres de la tarde los monitores ya decían que el vuelo estaba programado para las ocho de la noche. Cinco horas se dicen fácil. Pero hay que ver cómo llenarlas en un aeropuerto minúsculo que se recorre de punta a punta en quince minutos y siendo una de esos que detestan los negocios de recuerditos y de porquerías libres de impuestos.

Pero como todo, pasaron. En el embarque supimos que el retraso se debía a que un día antes había ocurrido un corto circuito en la torre de controles del aeropuerto de la capital mexicana. Y muchas horas después, allá en el aire, nos enteramos que había mal tiempo y tubulencias, que el avión debía desviarse un poco de su ruta usual y que llegaríamos dos horas después de lo previsto luego del retraso.

El avión aterrizó en el Benito Juárez, después de una noche de doce horas, poco antes de las dos de la mañana. Luego de los trámites de aduana y la banda del equipaje, crucé las puertas de llegadas internacionales pasadas las tres a eme del 1 de octubre. Yo me había despertado en mi casa el 30 de septiembre a las 5 de la mañana. Échenle cuentas y agréguenle siete horas de huso horario.

Y si ustedes han tenido un vuelo Madrid-México puntual y placentero, si no han tenido nunca ningún contratiempo con Aeroméxico y mucho menos con Iberia, si jamás le han cancelado nada y en los aeropuertos le sonríen y le ayudan y le dan las gracias; me alegro mucho por ustedes. Pero permítanme decirles que el hecho de que me lo cuenten no cambia ni ayuda nada. Porque este ha sido, por mucho, el peor vuelo de mi vida. Y si ustedes hubieran vivido y sufrido las mismas cicunstancias, casi podría asegurar que lo sería para ustedes también. Casi.


lunes, 3 de octubre de 2011

Crónica de un vía crucis aéreo II

El aeropuerto de Caselle por las mañanas es una verdadera tristeza. Da la impresión de haber sido evacuado por una amenaza de peste hace años y abandonado desde entonces.

Ahí estaba de nuevo. A la misma hora que el día anterior. Luego del check-in, de un croissant, del arco magnético, de la puerta tres, del autobús. De nuevo sobre el cacharro aéreo en el que hay que confiar que se eleve. Esta vez el autobús no abrió las puertas hasta que el capitán no se hubo presentado de cuerpo completo en lo alto de la escalera y mostrado el pulgar apuntando hacia arriba como benevolente emperador romano de película hollywoodense. El cacharro alado es tan minúsculo que las caderas de la aeromoza chocan con los respaldos de los asientos cada que su frondosa figura se pasea por el corredor. Hay muchas caras familiares. Familiares de haberlas visto el día anterior en aquel mismo lugar y luego en los mostradores. No creo que nadie de los que viajábamos hacia el continente americano haya podido alcanzar su destino el día planeado. Pero una verdadera putada, que parece una de esas vulgares bromas de cámara escondida, fue lo que le pasó a una chica que debía ir a Guatemala. El día anterior le habían dado un vuelo para la mañana siguiente. Y cuando llegó al mostrador, unos minutos después de mí, le dijeron que la compañía había cancelado su reservación y que de nuevo no podía viajar hoy, que intentarían conseguirle algo para mañana. La noticia se la daban a las siete a eme. Para arrancarle los dientes y los pelos y los ojos a alguien.

Yo me metí en lo que no me importa y antes de cruzar la frontera del arco magnético, le pasé un reglamento de los derechos del pasajero y le señalé el apartado donde habla de las indemnizaciones. Porque rumiando mi bronca, la tarde anterior se me ocurrió buscar en Internet qué se podía hacer para que me devolvieran mis 35 euros de taxi. Y descubrí que no sólo debían devolverme aquella suma, sino que debían darme una compensación por haberme mandado hasta el día siguiente a mi destino. Me pasé una hora leyendo el reglamento que redactó el Parlamento Europeo en el 2004 para regular retrasos, cancelaciones y etcéteras aéreos. No es poco lo que deben darnos a todos los que no pudimos viajar el día que estipulaba el billete. Al menos 250 euros, aunque en realidad son 600. Está escrito. Es una regla. Pero bien sabe uno que los que cagan grande se cagan sobre todo en las reglas.

En Caselle pedí una hoja donde constara por escrito la razón de la cancelación del vuelo. Y me la negaron. Porque no es responsabilidad del aeropuerto, señora, eso lo debe hacer directamente en Iberia. Y además no hace falta, ellos ya lo saben, se ha hecho tantas veces, se lo juro. Porque después de todo, a ellos ¿qué les importa? Son trabajadores del aeropuerto y es verdad, el aeropuerto no es el responsable. Los de Iberia no ponen mostrador en tal aeropuerto y listo. No es responsabilidad de los que están y los responsables no están. Y hazle como quieras.

Por un golpe de suerte, terminé sentada dos filas detrás de aquella donde empieza la clase business. Desde antes del despegue, ellos ya tenían un vaso de jugo de naranja sobre la mesita. Les dieron desayuno en bandeja, café, les ofrecieron un periódico. Para los demás ni un vaso con agua, que quede bien claro que somos pasajeros de segunda. Hay que ver el estado miserable al que nos hemos reducido solos, clasificándonos como clasificamos a las cosas. Unas mejores por útiles, otras malas por inútiles; unas valiosas por ostentosas, otras despreciables por humildes. Y quizás hasta los derechos sean sólo para aquellos que pueden pagarlos. Quién sabe si no fue justamente para ponerles un precio, que fueron inventados.