lunes, 3 de octubre de 2011

Crónica de un vía crucis aéreo II

El aeropuerto de Caselle por las mañanas es una verdadera tristeza. Da la impresión de haber sido evacuado por una amenaza de peste hace años y abandonado desde entonces.

Ahí estaba de nuevo. A la misma hora que el día anterior. Luego del check-in, de un croissant, del arco magnético, de la puerta tres, del autobús. De nuevo sobre el cacharro aéreo en el que hay que confiar que se eleve. Esta vez el autobús no abrió las puertas hasta que el capitán no se hubo presentado de cuerpo completo en lo alto de la escalera y mostrado el pulgar apuntando hacia arriba como benevolente emperador romano de película hollywoodense. El cacharro alado es tan minúsculo que las caderas de la aeromoza chocan con los respaldos de los asientos cada que su frondosa figura se pasea por el corredor. Hay muchas caras familiares. Familiares de haberlas visto el día anterior en aquel mismo lugar y luego en los mostradores. No creo que nadie de los que viajábamos hacia el continente americano haya podido alcanzar su destino el día planeado. Pero una verdadera putada, que parece una de esas vulgares bromas de cámara escondida, fue lo que le pasó a una chica que debía ir a Guatemala. El día anterior le habían dado un vuelo para la mañana siguiente. Y cuando llegó al mostrador, unos minutos después de mí, le dijeron que la compañía había cancelado su reservación y que de nuevo no podía viajar hoy, que intentarían conseguirle algo para mañana. La noticia se la daban a las siete a eme. Para arrancarle los dientes y los pelos y los ojos a alguien.

Yo me metí en lo que no me importa y antes de cruzar la frontera del arco magnético, le pasé un reglamento de los derechos del pasajero y le señalé el apartado donde habla de las indemnizaciones. Porque rumiando mi bronca, la tarde anterior se me ocurrió buscar en Internet qué se podía hacer para que me devolvieran mis 35 euros de taxi. Y descubrí que no sólo debían devolverme aquella suma, sino que debían darme una compensación por haberme mandado hasta el día siguiente a mi destino. Me pasé una hora leyendo el reglamento que redactó el Parlamento Europeo en el 2004 para regular retrasos, cancelaciones y etcéteras aéreos. No es poco lo que deben darnos a todos los que no pudimos viajar el día que estipulaba el billete. Al menos 250 euros, aunque en realidad son 600. Está escrito. Es una regla. Pero bien sabe uno que los que cagan grande se cagan sobre todo en las reglas.

En Caselle pedí una hoja donde constara por escrito la razón de la cancelación del vuelo. Y me la negaron. Porque no es responsabilidad del aeropuerto, señora, eso lo debe hacer directamente en Iberia. Y además no hace falta, ellos ya lo saben, se ha hecho tantas veces, se lo juro. Porque después de todo, a ellos ¿qué les importa? Son trabajadores del aeropuerto y es verdad, el aeropuerto no es el responsable. Los de Iberia no ponen mostrador en tal aeropuerto y listo. No es responsabilidad de los que están y los responsables no están. Y hazle como quieras.

Por un golpe de suerte, terminé sentada dos filas detrás de aquella donde empieza la clase business. Desde antes del despegue, ellos ya tenían un vaso de jugo de naranja sobre la mesita. Les dieron desayuno en bandeja, café, les ofrecieron un periódico. Para los demás ni un vaso con agua, que quede bien claro que somos pasajeros de segunda. Hay que ver el estado miserable al que nos hemos reducido solos, clasificándonos como clasificamos a las cosas. Unas mejores por útiles, otras malas por inútiles; unas valiosas por ostentosas, otras despreciables por humildes. Y quizás hasta los derechos sean sólo para aquellos que pueden pagarlos. Quién sabe si no fue justamente para ponerles un precio, que fueron inventados.


No hay comentarios:

Publicar un comentario