viernes, 1 de julio de 2011

La nostalgia de las azoteas


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Foto: Thania Z, 2009

Una de las primeras cosas que me llamó la atención cuando llegué a Turín, fue que no existen las azoteas. ¿Y dónde cuelgan la ropa?, me preguntó mi hermana cuando se lo conté.

Es que para nosotros los chilangos, es inadmisible pensar en un edificio sin su espacio allá arriba para los lavaderos de piedra, las antenas de la tele, los tanques de gas, los tinacos del agua y por supuesto, las jaulas o ya de perdida los mecates para colgar la ropa recién lavada. O la colada, si queremos ser más peninsulares.

Ese lugarcito que hace también las veces de bodega o de trastero. Allá arriba es donde dejamos olvidados los triques que ya no usamos, que estorban en la casa pero que por alguna especie de consideración o apego casi absurdo, no nos atrevemos a botar. Es como un limbo entre la vida útil de las cosas y su consecuente metamorfosis en basura: las colchas medio todavía buenas medio ya rotas; las llantas ponchadas, parchadas y vueltas a ponchar; los balones ponchados; los triciclos de la infancia; las sillas con tres o dos patas; los espejos rotos; las muñecas sin pelo, sin ropa, sin un ojo. Y las plantas aguantadoras, por supuesto. Esas que no se mueren ni con el solazo ni con una granizada, posibilidades siempre latentes en la ciudad de México en cualquier estación del año.

Pues acá no hay azoteas. Y los triques que no se usan pero aún no se tiran, se guardan normalmente en una cuarto en la planta baja o en un sótano que se llama cantina, como se llamaba cuando se empezó a usar para guardar las barricas de vino y luego los salames, los jamones, el agua y todos esos productos que necesitan de clima fresco, húmedo y oscuro.

¿Y dónde se tiende? volviendo a la pregunta de mi hermana. Pues donde se puede. En los meses de sol y calor, en unos lazos puestos ex profeso en las barandillas de los balcones. Cuando hace frío, llueve o nieva o todo eso junto, se tiende dentro de casa. En tendederos portátiles y plegables que se abren como mesas de picnic con dos o más rejillas a uno y otro lado. O en tendederos que se fijan a la pared y que normalmente se ponen a unos metros sobre la bañera que suele ser el lugar siempre libre en las casas chicas.

Esta no es una ciudad grande y los edificios no son tan altos, sobre todo en el centro. Nada de rascacielos ni torres más grandes del país. Y como la chilanga que soy, a veces me da por suspirar y pensar: pobre Turín, con tanto cielo ¡y ninguna azotea!

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