viernes, 30 de mayo de 2014

Como a la peste

Ya se me había olvidado. Los italianos (al menos los de las dos ciudades en que he pasado temporadas largas: Milán y Turín), combaten al sol como si de la peste se tratara. Pasan la mayor parte del tiempo con cielos encapotados, atascados de lluvias, de nieve, de aguanieve. Y cuando finalmente el sol se decide y se abre paso entre tanto nubarrón y resplandece y calienta, la gente corre a esconderse.
Como ahora, en Milán. 
El cielo está despejado. El famoso azul celeste. Y hay nubes blancas y espesas como crema recién batida. Asomo la nariz allá afuera y todas las ventanas de todos los edificios de esta cuadra tienen las cortinas corridas o las persianas bajas. Salimos a dar un paseo y la misma cosa sucede en la cuadra siguiente y en la siguiente. 
Ayer estuvo nublado toda la mañana. Incluso a ratos llovió en serio. Todas las cortinas y las persianas estaban abiertas. 
Lo lindo de esta casa es que es fresca ¿sabes?, no le da el sol. Dijo alguien que intentó vendernos un apartamento en Turín hace varios años. 
El que la escasez de luz diurna en una casa sea un plus y no un menos, es una de las muchas razones por las que nunca me gustó acá, pienso mientras damos la vuelta en una cuadra y la fachada del  Duomo nos ciega en tantos blancos como decía Borges que era la ceguera. Si eso decía o mi memoria está inventando. O peor, me estoy confundiendo con uno de los Ensayos de Saramago. Que tampoco llegó nunca a gustarme del todo, la verdad.


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