miércoles, 3 de agosto de 2011

Miércoles del baúl de la abuela...

De mayo del 2004. En Buenos Aires:

“Señores, la camilla, tsss, tsss, señores, dije que la camilla”, dijo un doctor intentando entrar con camilla y dos enfermeros al elevador abarrotado. Los Hospitales públicos. El Durand, mi segunda casa este mes.

Estoy en el pabellón de Clínica Médica, en la sala de espera. No se siente el frío. Y la luz del sol entra por el ventanal calentando algunas espaldas entre las que no está la mía. Está bien. No lo necesito. Vine a que alguien revise la ecografía de mis riñones y me diga que todo marcha como debe.

No había notado que las paredes están pintadas de amarillo y eso me hace sentir mejor, porque no tolero las paredes blancas. El amarillo además, es un color que me gusta. Supongo que esa es una de esas cosas en las que uno repara cuando viene a un hospital público sin ninguna dolencia.

Hace ya dos horas que espero. No sé cuál es la razón, sólo sé que a veces uno pasa rápido y a veces, hay que esperar horas. Y además, golpe de suerte, Clínica Médica está justo a un lado de Tocoginecología. Terminé rodeada de mujeres embarazadas que esperan que aparezca la enfermera para poder acceder al consultorio, que está cerrado y cuya única llave está en manos de la desaparecida. Eso les explicó la doctora. Pero no parece que ellas tengan premura. Han armado una alegre romería y se cuentan sobre sus embarazos, sus partos y sus hijos anteriores. Una de las mujeres tiene un bigote rubio y espeso, la piel rosada y el pelo hecho un lío. Tiene también una voz grave y acapara la conversación. Dice que en el hospital Rivadavia “te atienden para el orto, si les decís que tenés hambre, a la noche no te dan de cenar, nada más esas porcioncitas de mierda que te dan”. Y cruza los brazos o eso intenta, porque con ese cuerpo atestado de carnes y esas tetas inmensas y esos brazos rechonchos. Si yo fuera enfermera, tampoco le daría más de comer. Eso es lo último que a esa mujer le hace falta. Un baño. Eso era lo que de verdad necesitaba.

Han dicho mi apellido y el número del consultorio al que debo pasar. La espera terminó. Chau señoras, y suerte para los que pronto van a estar entre nosotros. Ya verán que después de todo, el mundo no es un lugar tan malo. Aunque no se parezca, en nada, a una placenta.


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