miércoles, 20 de abril de 2011

Del milagro de la lectura

Seguramente ustedes también habrán escuchado alguna vez que el escritor, además de escribir, lee. Como el músico escucha música y el pintor va a exposiciones de pintura. Es parte del placer y también de la disciplina. Pero uno a veces se olvida el efecto que puede llegar a tener un buen libro. Yo me había casi olvidado. Y no es que haya desperdiciado los últimos meses de mi vida leyendo literatura mediocre. No. Los he desperdiciado en el Internet, en la Red que todo lo contiene y todo lo deforma.

Es cierto que de tanto en tanto uno se encuentra con cosas interesantes y bien escritas en la Red (las crónicas y los artículos adictivos de Juan Villoro, por mencionar un ejemplo obvio). Pero sucede raras veces. La mayor parte del tiempo uno termina leyendo cosas malas y sobre todo, mal escritas. Y uno pasa tantas horas frente a la pantalla de la computadora leyendo esas cosas que al final la prosa mediocre termina pareciendo la única factible. Menos mal que existe siempre la posibilidad del asco.

Hace unos cuantos días desperté, desayuné, y a las nueve y media de la mañana, todavía en pijama, me senté frente a la computadora. Nada más poner la mano sobre el mouse y ver la luz de la pantalla y ¡puaj! apareció el asco. Ese defensor y amparador por excelencia.

Entonces me levanté y sin cambiarme el pijama, tomé un libro y me fui a tumbar al sofá. Era un libro de fotografías que compré en Girona la navidad pasada. Tanto las fotos como el texto son sobre México en la vida y en la obra de Roberto Bolaño*. Me despegué del libro varias veces, pero no lo solté hasta que terminé de leerlo. Al día siguiente tomé “El Gran Gatsby” de Fitzgerald (sí, lo acepto y me avergüenzo: no lo había leído) y sucedió más o menos lo mismo.

Entre un libro y otro, leí algunos pasajes de “Más allá del bien y el mal” de Nietzsche. Y de pronto me precipité a la computadora, pero no para perderme en las redes sociales y los artículos insulsos y mal escritos, sino para abrir un archivo empolvado: mi novela. Que es la única novela que he escrito, que no tiene título todavía y que es objeto de vergüenza porque no está escrita como me gustaría que lo estuviera. De golpe y porrazo me encontré reescribiendo las primeras páginas y editando, editando, editando hasta pasada la media noche.

Siempre lo he creído, que leer es el mejor alimento para luego poder escribir. Pero es necesario leer cosas buenas. Es necesaria una prosa inteligente, ideas lúcidas, que tengan sentido y te revelen algo que no habías pensado, que no se te habría podido ocurrir de otra manera. Y sobre todo que no sean la repetición sintáctica de lo que lees en los periódicos o peor, en Internet.

Después de leer/ver/escuchar una obra maestra, dan ganas y hasta urgencia de crear, de confeccionar algo que se acerque (y te acerque) aunque sea un poco, a la belleza.

No sé si esta vez la edición de mi novela me deje satisfecha. No sé si finalmente podré encontrarle un título. Pero quien haya escrito una novela hace siete años, la haya editado cuatro veces, no la haya mostrado más que a su hermana, su madre y su único amigo escritor, que se haya avergonzado de ella leyéndola hace tres años y la haya tenido escondida en el rincón más recóndito de la memoria; podrá entenderme.
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*Por si a alguien le interesa: “El viaje imposible. En México con Roberto Bolaño” Dunia Gras, Leonie Meyer-Kreuler, Fotografías de Siqui Sánchez. Tropo Editores

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