domingo, 17 de abril de 2011

Escritora bloqueada, agradecida

Un querido amigo, fotógrafo y publicista, me dijo hace un par de meses en un ¿tweet se llaman? que para estar bloqueada estaba escribiendo bastante.

Todavía me sigo tomando como mensajes personales los mensajes del twitter porque recién hace dos meses que caí en sus redes, cual infante sometido por las ondas epilépticas del Picachú (qué anacrónico que suena una cuando dice cosas como: Picachú) ante la intriga de ¿qué carajos será el twitter y porqué todo el mundo lo usa?

Pero volviendo al comentario de mi amigo, escribo más o menos seguido porque esa fue la intención con la que comencé este blog: escribir sobre cualquier cosa y esperar a ver si ocurre el milagro. El milagro en este caso es que se me vuelva a ocurrir un argumento y la estructura para escribir un cuento. Porque eso era yo: era cuentista, o relatista o cronista de las nimiedades de la vida. Escribía piezas escritas que tenían un principio y un final, un argumento, una historia.

Lo que escribo acá son pedazos de pensamientos, a veces sin un inicio definido y la mayoría de ellas, sin un final claro. Más que un ejercicio estilístico, es una prueba. Claro, podrán pensar algunos, si querías escribir sobre cualquier cagada porqué mejor no te compraste un cuaderno en lugar de abrir un blog. Es cierto. Es una solución más decorosa. De hecho lo hice también. Pero me descubrí (no, no es cierto: me confirmé) una inconstante. En dos años, mi cuaderno apenas se llenó de apuntes, de esbozos de ideas, de frases tomadas al vuelo. No sé quiénes me lo puedan entender, pero saber que lo que escribo acá luego será leído, por ejemplo, por mi amigo publicista, o por mi hermana o por dos o tres personas más, me alienta a intentar garabatear con cierta compostura, un par de frases. A respetar las reglas ortográficas y las gramaticales. Si bien no a cultivarla, al menos a no perder por completo la capacidad de ver algunas cosas a través de la palabra escrita.

Este blog es mi cuarto de rehabilitación.

Hace seis años me atropelló un auto y me rompió los ligamentos del pie derecho. Estuve un tiempo con un yeso y cuando me lo quitaron tenía que meter el pie en agua caliente y moverlo hacia arriba, hacia abajo, hacer círculos, hacer punta. Y luego hacer rodar por la planta del pie una pelota de esponja, apretarla, soltarla, volverla a hacer rodar. Todos los días. Por la mañana y por la noche. Y usar muletas, y luego un bastón. Fue tonto y largo y engorroso, pero pasados unos cuantos meses, volví a caminar como antes del auto.

Bueno, eso es lo que hago acá, ejercicios de rehabilitación. Escribo sobre esto, sobre aquello. A veces me alargo, otras logro apenas un par de párrafos –que no párrafos bien logrados. Pero escribo.

Agradezco a los que pasan por acá, porque la esperanza de su retorno me alienta a seguir picando teclas. Y agradezco también a los que no han pasado nunca. La esperanza de que un día lo hagan, es también por la que sigo “colgando entradas” acá. Entradas que dicen: pase, mire, acomódese, siéntase cómodo, quédese un par de minutos; por favor.

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