jueves, 7 de abril de 2011

Divagación sobre el estrés

Leyendo, hablando con gente, yendo a consultorios médicos, viviendo; he llegado a pensar que en realidad el estrés no es un padecimiento del todo absurdo.

Hace un par de años, M se hizo una contractura en el hombro y el fisioterapeuta al que fue a ver le dijo que era estrés. Alguna vez, hace muchos más años, a mí me dio un tremendo dolor de encías y el dentista me dijo que era por el estrés.

¿Qué lo hace a uno llegar a tal punto? ¿Qué te empuja a romper con la armonía natural del cuerpo? Las causas del estrés son siempre absurdas, eso sí. Y casi siempre están ligadas a esa medular parte de nuestra vida que es nuestro ser laboral.

Prácticamente desde que nacemos, nos cuentan que en el medio del desierto árido e inhóspito que es la vida cotidiana, existe un oasis. Un paraíso que es la más pura de las realidades: el éxito. Incluso nos hacen verlo. Ponen carteles en las calles, imágenes en la televisión, fotografías en las revistas, escriben artículos y libros y dan conferencias sobre cómo se ve el éxito.

Persiguiendo el sueño de ese paraíso de perfección, es que nos estresamos: tengo que comprarme ese auto, tengo que tener esas botas y esa bolsa, tengo que cambiarme a una casa más grande, tengo que meter a mis hijos a la escuela trilingüe donde van todos los que en el futuro serán alguien, tengo que liposuccionarme estos rollos de grasa de la barriga y alzarme cinco centímetros las nalgas y alisarme las arrugas de la frente. Quiero más, debo hacer más, quiero hacer más. Y entonces ¡pam! La válvula salta. Y duelen cosas, y el ritmo cardiaco baja o sube y se irritan los riñones y el estómago, y se contracturan los músculos y no se tiene tranquilidad mental. Y muchas veces el médico que te diagnosticó estrés, te prescribe reposo y/o calmantes.

Curioso que lo que el estrés haga sea boicotear la actividad que uno está convencido que es imprescindible hacer sin descanso y que es la que lo ha llevado a uno a estresarse.

Porque por otro lado (o por el mismo) siempre tenemos esa otra idea en la mente: asegurarnos el porvenir, asegurarnos un porvenir maravilloso, sin las preocupaciones y los cientos de problemas que tenemos hoy. Pero el porvenir está siempre por llegar. Y mientras lo esperamos; el devenir, el que llega puntual todos los días, se hace gastritis, dolores de cabeza, contracturas musculares, ardor de encías.

Es difícil salir de ese círculo de mierda. Parar a ese perro enloquecido que se persigue la cola. Y es posible que por eso el cuerpo haya inventado el estrés. Para hacernos frenar al menos un poco. Para obligar a ese perro frenético a contenerse aunque sea un rato.

En una sola frase y con verdadera lucidez, escribió Nietzsche:
“El hombre enfermo llega a enterarse de que por lo común lo está por causa de su propio empleo, de sus negocios o de su sociedad, y que por ellas ha perdido todo conocimiento razonado de sí mismo: gana esa sabiduría en el ocio a que le obliga su enfermedad”.

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