martes, 7 de junio de 2011

Un tanque séptico

“La organización de cualquier burocracia se parece mucho a un tanque séptico.
Los trozos mas grandes, siempre suben a la superficie.”
Ley de Imhoff. De Las leyes de Murphy


Ayer pasé la mitad de la mañana en uno de los tantos agujeros kafkianos de esta ciudad: el equivalente al Registro Civil. Anagrafe, se llama.

De las cinco ventanillas existentes, sólo tres atendían. Aquello estaba que reventaba. Como domingo de tianguis. Como el metro Pino Suárez en hora pico. La gente estaba enojada y gritaba y se quejaba y los burócratas detrás de los cristales les contestaban más enojados todavía, gritando más y tratando a todo el mundo como si fueran ratas, menos que ratas.

Una señora, con el pelo blanco y cargada de arrugas, se acercó a una ventanilla y empezó a explicar que le habían robado el documento de identidad. Llevaba el papel de la denuncia de pérdida pero no a los dos testigos y qué sé yo tanta cosa que le pedían para hacerle otra. Fue suficiente para que el triceratops peludo empezara a gritarle y a regañarla y a sermonearla no sé para qué, si después de todo terminó dándole a la anciana el nuevo pedazo de cartón rosado con un sello y una fotografía fijada con dos estoperoles dorados.

El triceratops peludo es una señora que trabaja en esa oficina desde que yo llegué acá. Como todos los otros empleados, claro; si no es por un puesto vitalicio ¿para qué quiere uno trabajar para el Estado? El triceratops peludo puede que sea la mujer más fea que he visto en mi vida. Es seguramente la más masculina. Tiene una voz de barítono, las mandíbulas más anchas que la frente, es calva, con una espalda de ropero. Y tiene un bigote y una barba entrecanos, de pelos largos y espesos.

Me acuerdo una vez que fui a la oficina y por obra de un milagro, había poca gente. El triceratops llamó a un tipo que nunca he entendido a qué se dedica. Un tipo alto y gordo. Fofo como un globo relleno de crema para manos, que en lugar de caminar, se arrastra y hace chascar sus zapatos como lo haría un gusano enorme con una suela de plástico pegada a la barriga. La cosa es que el triceratops lo llamó, le dio una moneda de un euro y con su vozarrón lo mandó a comprarle una revista con la programación televisiva de la semana. Cuando el gordo terminó de arrastrar su cuerpo fláccido fuera de la oficina, el triceratops con barba nos enteró a todos (aunque se lo decía sólo a la persona que estaba atendiendo) que lo mandaba porque a él le gustaba ir a comprar la revistita aquella, que así podía hacer algo útil.

Mi imaginación no se fue detrás del gordo, se quedó con la de la barba. La vi en una casa oscura, con olor a humedad y a orina seca. Rodeada de pilas de recipientes plásticos vacíos, de revistas y volantes publicitarios viejos; de envolturas, cintas y papel de regalo doblados y vueltos a doblar. Vi todas esas cosas llenado hasta el tope estanterías y cajones de muebles apolillados, cubiertos de marcas redondas de vasos de vino y tazas de café de todos sus ascendientes muertos. La vi tirada en un sillón con los resortes rotos, la funda remendada y grasienta. Comiendo un plato de pasta y manchándose los pelos de la barba y la camisa con la salsa de tomate. Con el control remoto en su lugarcito especial, siempre al alcance de la mano. Su cuerpo a un metro y medio de la pantalla del televisor. La pantalla y la bombilla empolvada de una lámpara sucia como únicas fuentes de luz en aquella cueva oscura donde casi nunca se alzan las persianas. Un lugar común en el cine y en la literatura, sí. Pero que te sigue poniendo los pelos de punta. Válgame.

La cosa es que el tiempo pasado en el Anagrafe me dio para recordar eso, para escribirlo, para leer dos capítulos de mi libro, para terminar de escribir una carta. Y al final una burócrata sin barba me atendió y me despachó en menos de un minuto. Porque el trámite que pretendía hacer no era posible ahí, no. Normalmente hay que esperar tres horas para que una de las de la ventanilla te diga si lo que pretendes se tramita allí o en otra oficina. Porque el que atiende la mesa de informaciones es un señor con Síndrome de Down.
Pero esa es otra historia.


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