miércoles, 1 de junio de 2011

Cero y van...

- ¿Quieres acaso perder el proceso? ¿Sabes lo que eso significa?
Franz Kafka, “El proceso”

Desde que tengo memoria, detesto levantarme temprano. Temprano quiere decir a la hora en que suena el despertador y no a la hora en que mi cuerpo decide que ya ha sido suficiente y me tira de la cama. Hoy tuve que levantarme con el despertador. Finalmente se cumplió el plazo de espera y podía ingresar los papeles para el trámite de la ciudadanía italiana.
Me lo tomé con calma.
Sobre todo porque desde ayer se desató otro de los usuales diluvios turinenes y con la lluvia, ya se sabe, las ganas de ir a hacer un trámite burocrático (que de por sí son pocas) disminuyen considerablemente.
A eso de las once estaba en la Prefectura. La joven burócrata de la vez anterior me había dado un papelito donde decía que estaba eximida de hacer la cola. Entré a la oficina y ella no me reconoció, pero reconoció su propia caligrafía en el papelito que le mostré. Muy amablemente me hizo pasar a la oficina de los otros burócratas, los que detrás de su puerta de vidrio esmerilado se encargan de hacer el trámite y están a salvo de dar informaciones.
- Esta señora vino hace tiempo y el 28 de mayo cumplió dos años de residencia en Turín. Ya revisé sus papeles y está todo en orden – le dijo a uno de los tres que ocupaban sendos escritorios con una computadora vieja y cubiertos por pilas de papeles.
El tipo me dijo que me sentara y luego dijo a ver qué tenemos aquí. Le pasé el fólder con todos los documentos. Empezó a separarlos con gesto de nada.
- La señorita me dijo que no los moviera, que ya estaba todo en orden – me excusé.
Porque sentía que debía excusarme. Cuando estoy delante del escritorio de un burócrata, no hay modo. Me siento siempre como si tuviera diez años y estuviera delante del escritorio del director de la primaria.
El tipo, sin cambiar el gesto o mover la mirada de mis documentos dijo mmm-mm.
Los pasó y los repasó. Los reordenó. Y entonces salió el peine. El jodido peine de siempre.
- ¡Ah! Pero este documento es viejo, es del dos mil ocho –dijo acercándome el certificado de matrimonio.
- Claro que es del dos mil ocho. Ese fue el año en que me casé.
- Sí, señora, pero estos documentos tienen validez por seis meses nada más.
El sudor. Otra vez y a pesar de los once grados y la humedad helada, por la espalda me corrieron lenguas de sudor caliente.
- ¿Cómo por seis meses? ¿Y por qué nadie me lo dijo? Es la cuarta vez que vengo a esta oficina. Desde febrero que doy vueltas…
- Sí, señora, lo sé –dijo el tipo que ¿cómo hacía para saberlo?– Pero es así.
- Si usted acaba de escuchar que la señorita me revisó hace semanas los documentos y me dijo que estaba todo en orden…
- Eh, lo sé –repitió–. Pero en Italia los certificados tienen validez sólo por seis meses.
La sangre se me agolpó en las venas de las sienes. Lo pude sentir. Un latido intenso y audible.
- ¿O sea que tengo que ir a Milán a pedirlo de nuevo?– dije.
- Quizá no sea necesario. Revise por Internet a ver si quizá se puede hacer el trámite sin que tenga que ir hasta allá. En Turín se pude hacer, así que imagino que quizás un ayuntamiento como Milán, que es tan…
¿Y a mí qué me importaba si Milán era tan o menos? El tipo me entregó el fólder con mis documentos dentro.
- ¿Ya revisó bien? –le pregunté sin recibir el legajo- ¿Está seguro que es lo único que falta?
- Sí, señora. Los demás certificados están en orden.
- ¿También el acta de nacimiento? ¿Esa es válida todavía?
- Sí, señora –dijo con una media sonrisa-. Esa es siempre válida porque uno nace sólo una vez.
- Yo qué voy a saber. Yo me he casado una sola vez también y a ustedes no les dice nada.
- ¡Uy, señora! Es que en tres años una persona se puede casar hasta tres veces.
- Claro, tiene mucho sentido.
Me levanté. Tomé mi fólder y lo guardé en la mochila.
- Nada más no deje pasar mucho tiempo y después resulte que se le venzan los otros documentos –me dijo.
- ¡Ah! Eso dependerá del ayuntamiento de Milán, tan... Que seguramente estarán ya de puente.
- No, señora –dijo ofendido o haciéndose tal– Para el ayuntamiento las vacaciones son sólo en julio y agosto. Ojalá y tuviéramos puentes. En el ayuntamiento trabajamos siempre.
- En esta oficina trabajan sólo nueve horas a la semana…
- Beh…
- Y si quiere saberlo, en abril, para pedir los certificados en el Registro Civil del distrito en el que vivo, tuve que esperar casi una semana, porque se fueron de puente desde un miércoles por la tarde hasta el lunes siguiente.
- Se me hace muy raro, señora – dijo alzando una ceja.
- Sí, a mí también se me hace muy raro.
Salí de allí con la intención de preguntarle a la joven burócrata por qué carajos me había dicho que estaba todo en orden. Por qué no me había dicho que el certificado de matrimonio vale sólo seis meses. Porque con esa simple observación, estas semanas de espera las hubiera podido usar para ir a Milán, a hacer colas, a que me rechazaran papeles, a que me cobraran timbres y en fin, a sacar el mentado certificado actualizado. ¿O a ella tampoco se lo había dicho nadie?
Pero la tipa ya no estaba, claro. Tampoco estaba mi paraguas, por cierto. Lo olvidé apoyado en el piso en la sala de espera y a alguien le vino cómodo llevárselo. Afuera seguía lloviendo.


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