viernes, 9 de septiembre de 2011

Con el vaso colmado

Hace cosa de dos años, días más, días menos; que en la redes sociales vengo leyendo opiniones sobre el estado en que están las cosas en México. O más bien, sobre lo que hay que hacer para mejorar el estado en que están las cosas, que es un estado pésimo, en eso coinciden todos. Y me decidí a escribir esto porque ya estoy podrida de leer quejas vacías. De sintaxis, de ingenio, pero sobre todo, de contenido.

Que debemos cambiar, que hay que despertar, que no podemos quedarnos con los brazos cruzados, que ha llegado la hora, que sí se puede, que la culpa de lo que está pasando en el país es nuestra, que hay que hacer algo ¡ya!, que si ¿tú vas a hacer algo o te vas a quedar viendo desde tu casa? Incluso a algún creativo se le ocurrió hacer el videíto ese que tiene cientos de visitas en youtube y que dice que si queremos encontrar al responsable de todo lo malo que está pasando en nuestro país, nomás tenemos que buscar en el espejo.

Esos por un lado. Por otro, los hay que se quejan de los que convocan o participan en las marchas, de los que escriben panfletos o artículos, de los que denuncian públicamente, de Sicilia, de PIT II. Que las marchas sirven sólo para causar embotellamientos, que las denuncias públicas en los medios de comunicación sirven nomás para aumentar el miedo o la espectacularidad de la vida cotidiana, que las huelgas son nada más un pretexto de los huevones para seguir echándola, que a Sicilia lo sigue la manada nomás porque es famoso.

Y lo mejor. Están los sociólogos que publican sus análisis a manera de aforismos (de 140 caracteres, por supuesto) del tipo: se quejan del gobierno, pero no respetan los semáforos (¿?). O: en México todos quieren coche y luego se quejan del embotellamiento (¿?¿?). O: no les gusta la violencia pero qué tal van a gritar este 15 que viva México (¿?¿?¿?).

De acuerdo, a nadie le gusta cómo van las cosas en México. Y un grupo de tantos cree que somos los ciudadanos de a pie y no el gobierno, los responsables, los que deben solucionar el clima nefasto que amenaza con asfixiar hasta el último rincón del país. Tenemos que hacer algo. Muy bien. Pero ¿hacer qué? Tenemos que cambiar. De acuerdo ¿cambiar qué? ¿cómo lo cambiamos? ¿siguiendo qué acciones?

Porque en estos años, en las redes sociales no he leído una sola propuesta, una sola idea concreta. Hacer algo, cambiar, actuar ¡ya!, abrir los ojos, ser responsables. Todas palabras vagas, meras abstracciones. Quejas que se lanzan como una sana mentada cuando uno se golpea el pulgar con un martillo. Sirve para desahogarse, cierto, pero carece de fondo, de utilidad.

Es verdad que estamos acostumbrados a engullirnos sin paladear abstracciones ridículas. Desde los discursos políticos hasta los anuncios publicitarios (si es que no son la misma cosa). Ideas tan absurdas como que dentro de una bolsa de papas fritas hay millones de sonrisas o que cuando te subes a tal coche, la ciudad se convierte en una selva. Pero que seamos bombardeados incesantemente por tales memeces no justifica que nuestra vida, nuestro país o nuestro planeta deban ser vistos a través del mismo cristal.

Una acción, una acción chiquitita que poniéndola en práctica todos al mismo tiempo logre que la violencia y el desorden y el miedo disminuyan. Una nada más. Nómbrenla. Porque yo no tengo idea de qué cosa podamos hacer los ciudadanos comunes y corrientes para solucionar las balaceras, las muertes, los entierros. Y a estas alturas estoy ávida (y no creo ser la única) de escuchar una propuesta, un plan de acción que no venga de institución alguna. Juro que me uniría y apoyaría y exaltaría. Pero ya basta de tan insana repetición de frases “positivas” que no son más que eslógans de los mismos medios y los mismos partidos de los que se quejan. Por favor.

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