miércoles, 16 de febrero de 2011

Febrero16, 2011

Hace un par de días me lastimé el cuello. Me imagino que es una especie de esguince de esos poco graves, que no te hacen llorar nada más de estar despierto. Lo imagino porque la experiencia me ha otorgado una cierta autoridad en el tema de los esguinces. Pero es posible que no sepa nunca qué es lo que me hice esta vez, porque ustedes podrán saberlo o no, pero en Italia es más sencillo fundar un partido político, que lograr que te atienda un especialista.
Además del dolor, en estos días he estado un poco seca. Es como si lo que sucediera a mi alrededor fuese tan importante, que no soy capaz de registrarlo en palabras; o tan nimio, que no vale la pena.
Así que para no seguir llenado este espacio con vacíos, aquí va algo, rescatado de una anotación en mis cuadernos. De Marzo del 2005:

Son las dos de la mañana. Y diecisiete minutos. Los gatos duermen en mi cama. Uno en cada costado. El ojo derecho, siendo parte de mi flanco desventurado, se me ha puesto borroso otra vez. Algún día voy a acostumbrarme. Eso creo. O eso quiero creer.
Ayer en el taller de Samperio, la cosa fue bien. No es que haya hecho demasiados comentarios sobre mi cuento. Cuando dice demasiado es que hay demasiadas cosas que criticar. Lo que dice de las mujeres es padrísimo, dijo hablando de una línea de uno de mis dos personajes. Aunque el adjetivo padrísimo no es la palabra que hubiera elegido para elogiar a nadie, me dejó contenta. Siempre he querido ser capaz de escribir una línea que haga a alguien reconocerse, sentir que ahí hay algo de su verdad propia. No espero escribir la novela mexicana del siglo. Tampoco quiero aplausos. ¿Premios? Bueno, premios sí. De esos que vienen acompañados con un cheque en euros, porque la tripa aprieta y uno necesita sobre todo tiempo y una tripa serena para escribir. Lograr escribir una frase que le diga algo a alguien, cada tanto. Eso es lo que más quiero. Esta noche me siento bien. Es buena la sensación de haberlo logrado. Aunque sea una vez. Aunque pase una vez al año o una vez cada diez años.
Me levanté satisfecha y dejando a todos discutiendo sentados a la mesa, sobre “el proceso creativo” o “la cristalización de la idea” o alguna cosa parecida. Y poco antes de irme, Samperio me regaló una hoja donde había estado dibujando. Llévate esta, es vidente ¿viste que no tiene ojos? Ya antes me había dicho que esa cara con cabeza de maguey se me aparecería en los sueños. Llévatela, ésta es la mejor, siguió, y esta también, esta palmera está buena.
Y yo me fui de ese cuarto sintiéndome de verdad bien. Por la sensación del deber cumplido. Y porque a mí, los regalos me gustaron siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario