-Pase, señora, pase – me dijo una mujer rubia platinada, ya entrada en años y vestida de color rosa del cuello a los pies. – La doctora está con usted en un minuto.
Pasé. Era un consultorio como todos los consultorios del servicio público, con las paredes descascadas, una camilla al centro, un escritorio en la esquina, un par de sillas y varios de esos muebles de metal donde los médicos guardan qué sé yo qué cosas.
Me fui a sentar en la silla que me correspondía: la del paciente. Y visto que me tocaba esperar, abrí el libro que llevaba conmigo. Pero no pude leer. En el consultorio de al lado estaban sosteniendo una charla en voz alta, muy alta. Porque ustedes podrán saberlo o no, pero en Italia la gente habla con un tono alto, muy alto.
El otro consultorio estaba separado de ese donde yo esperaba, apenas por una delgada pared y una puerta corrediza.
- Tiene tiempo, ya. Bastante tiempo que me sucede – dijo una voz masculina.
Imaginé que sería el señor que había llegado casi al mismo tiempo que yo. Un cincuentón, calvo, con chaleco a cuadros, alto, delgado pero con barriga.
- De acuerdo –dijo una voz femenina que debía ser la de la doctora.- El problema principal que tengo yo, es que se me calienta esta pierna.- Sí, ese es un problema común de los pacientes que tienen ciática, por ejemplo…- Pero yo no tengo ciática, me hice los estudios y me dijeron que no tengo…- Sí, ya he visto sus estudios. Lo que le estoy diciendo es que a veces les pasa a los pacientes con ciática, que el nervio se oprime y causa dolor.- Sí, pero a mí además del dolor, es esto que le digo, que se me calienta esta pierna. La siento caliente, a veces como si tuviera una cosa que me quema. Y nadie logra decirme qué es.- Como le digo, vamos a comenzar con la terapia aquí y vemos cómo avanza.- Sí, yo lo entiendo. Pero a mí me gustaría saber también qué es lo que tengo y ninguno me lo ha dicho.- Mmmm, usted pasó ya con el Fisiatra…- Sí. Y me mandó estas terapias, pero no me dijo qué es lo que tengo. No me dijo porqué se me calienta la pierna. Nadie me lo dice.- Bueno, usted por ahora váyase a su casa tranquilo y nos vemos la semana próxima para comenzar con sus terapias ¿de acuerdo?- Eh, sí. Está bien.
Oí el crujido de las sillas cuando se levantaron, el ruido de la puerta al abrir y luego al cerrar y los correspondientes arrivederci. Entonces se abrió la puerta del cuarto donde yo esperaba y la doctora, joven, pálida, de bata blanca y ojeras prominentes, me saludó con una sonrisa y yo le sonreí también. ¿Qué otra cosa podía haber hecho?
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