viernes, 28 de enero de 2011

Enero 28, 2011

Hace unos días viví una cosa bastante novedosa. Fui a un flash mob.

Ya en casa, y luego de un paseo por el google, me di cuenta que de novedosa nada, que hace al menos seis años que estas cosas se hacen, que ha sido invención de los genios en manifestaciones sociales de Manhattan y que lo normal es juntarse sin ningún otro fin que el de echar desmadre en montón.

Según parece, la gente se va poniendo de acuerdo con mensajes vía mail, celular o red social preferida. Alguien propone a los conocidos juntarse a tal hora en tal lugar y como sucede casi siempre con estas cosas, la piedrita lanzada colina-web abajo crece y al final resultan cien o más fulanos los integrantes del alud concurrente.

Pues bien.

No sé quién haya lanzado la iniciativa del otro día. La idea era reunirse en Porta Nuova, la principal estación ferroviaria de Turín; debajo de los pizarrones negros que anuncian en letras blancas las salidas y llegadas de los trenes.

Ya dije que el fin de un flash mob normalmente es sólo el jolgorio, pero este en particular se hizo con la finalidad de protestar contra el gobierno de Berlusconi. Hacer saber una vez más, que hay mucha gente muy descontenta. Que están hartos. Que quieren que renuncie al cargo y enfrente los procesos que se siguen acumulando en su contra.

Para identificarse decidieron usar lentes de sol, aunque la cita fuera en un lugar cerrado y a las seis y media de la tarde, en que ya es noche cerrada.

Cabe aclarar que a estas cosas uno no puede llegar cinco minutos tarde, porque entonces se encuentra con que la cosa se ha terminado. Si uno llega con dos minutos de retraso, entonces se encuentra con que ya empezó. Que fue justo lo que nos pasó. Por culpa mía, porque me tardo demasiado tiempo en colocarme todos los componentes de mi atuendo del polo norte de estos tiempos.

Nosotros nunca nos enteramos de estas cosas. O estamos en pocas redes sociales, o somos muy poco activos, o no conocemos a la gente adecuada, o todo eso junto. Yo fui porque M me lo sugirió, porque a él se lo contó un amigo recién estrenado que tiene.

Bueno. Esta vez nos enteramos y fuimos con este tipo que llevaba en el bolsillo los lentes oscuros y todo, muy preparado.

Desde unos metros antes se escuchaba la música y el bullicio. No sé si eran cien. Lo parecían. La mayoría eran jóvenes, muy jóvenes. Pero había también adultos, con canas y arrugas. Sobre todo señoras. Que bailaban, aplaudían, silbaban y gritaban como todos los otros, cuando alguien daba alguna señal. Ahora salten, ahora griten, ahora aplaudan. Algo así, creo. A no ser que de verdad se haya creado una especie de "conciencia grupal" y todos hacían lo mismo al mismo tiempo empujados por una especie de certeza o instinto común.

Alrededor de la masa congregada que era este flash mob, había algunos que sólo miraban, muchos con cámaras fotográficas y unos pocos con cámaras de video. Pero la mayoría hacía parte de esa mezcla compacta de cuerpos humanos que saltaba y gritaba y bailaba.

Pasados tres minutos, alguien empezó a gritar di-mi-ssione!, di-mi-ssione!, di-mi-ssione! Y todos coreamos palmeando las manos. Un sonido lindo. Sobre todo si uno piensa que es el sonido del pueblo y uno cree que lo que se vive acá es una democracia.

Había pancartas improvisadas, pedazos de cartón y hojas escritas a mano que no alcancé a leer del todo porque me quedaban lejos o miraban hacia otro lado. Pero todas parecían tener un mensaje en común: reclamos al Primer Ministro, invitándolo a dimitir. Eso. Cuando ya sonaba fuerte el coro pidiendo la dimisión, el grupo empezó a disolverse obedeciendo a varios chicos que decían ¡se ha terminado!, ¡dispérsense!, ¡sepárense!

Listo. Cinco minutos en que se pudo soltar la rabia y la indignación. Pequeño pero significativo acto que une, que acerca, que hace a un grupo más fuerte. Aunque dure sólo un rato. Saber que no se está solo te puede salvar de muchas cosas. Incluso de ti mismo. Sobre todo de ti mismo. Aunque sea sólo por cinco minutos.

Y para los ajenos, los extranjeros, los extracomunitarios, queda confirmado una vez más, que no es en los talleres interculturales, ni en los sellos, ni en las visas, ni en los permisos de residencia; sino en el desmadre, que uno se siente parte de algo.

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